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Reseña- “Yo Fausto”, una historia desquiciante

Después de un largo recorrido por algunos festivales de cine alrededor del mundo, “Yo Fausto” llega este 18 de noviembre a las salas. Como muchas otras películas, la ópera prima del director Julio Berthely, sufrió retrasos a causa de la pandemia; pues en realidad iba a estrenarse en 2019.

“Yo Fausto” es un filme mexicano que causará revuelo en las próximas semanas, ya que aborda el tema de las enfermedades mentales. Algo que no es común en la cinematografía. Desde la primera toma de la película, quedé perpleja y supe que no iba a ser una historia reciclada de muchas otras. Hay que recalcar la importancia que adquiere esto, debido a que actualmente es difícil desarrollar un concepto original en el séptimo arte.

“Yo Fausto” y su narrativa esquizofrénica

Como les decía, la primera escena muestra una cama con unas sábanas llenas de sangre y a una empleada doméstica que llega a limpiar como si todo fuera muy normal; esto en verdad me desconcertó. Enseguida alertan al doctor Bael (Carlos Aragón) y, a los pocos minutos de haber empezado la película, podemos ser testigos de una de las mejores tomas del filme que dura aproximadamente dos horas.

Christian Vázquez aparece en escena personificando a Fausto, el protagonista de la cinta inspirada en el personaje homónimo de Goethe. Su cara lo dice todo; aparece en una silla de ruedas, dentro de un cuarto solitario, con los ojos tan rojos y saltones que parece que van a salirse de la pantalla del cine. Llega Bael, quien es su padre, y le pide perdón. Pero, ¿por qué le pide disculpas? A partir de aquí surgen una serie flashbacks, magistralmente utilizados por Julio Berthely como recursos cinematográficos.

Esta serie de flashbacks no son lineales. Así que hay que estar muy atento al desarrollo de la trama de “Yo Fausto”. Al principio pensé que el doctor era el villano de la historia y que había sido un pésimo padre, pero la narrativa da un giro inimaginable.

Fausto es lo que, en México, consideraríamos un “junior”. Proviene de una familia adinerada y su papá quiere que siga sus pasos en el mundo de la medicina, pero hay un inconveniente; a él no le hace feliz estudiar para convertirse en doctor. Por ello, decide mudarse a Barcelona para seguir su gran pasión, la fotografía.

Antes de que Fausto llegue a Cataluña a perseguir sus sueños, su madre Gilda (Arcelia Ramírez) intenta suicidarse por segunda ocasión. Ella le da el dinero a su hijo para que se aleje de la atmósfera que tanto daño le hace a Fausto.

Como ya lo mencioné anteriormente, él se va a España y conoce a Alexandra (Lorena del Castillo). Fausto se dedica a la fotografía y acude a galerías de arte, donde se topa con esta modelo española. La química es innegable, hasta el punto de que deciden vivir juntos y ella queda embarazada. Sin embargo, no era algo que ambos planearan y, en realidad, les va muy mal económicamente. Así que se casan y Fausto decide enterrar sus sueños para regresar a México y darle una mejor vida a su futuro bebé.

Hasta aquí parece que es una historia repleta de lugares comunes. Al fin y al cabo, es una situación en la que se ven sumergidas miles de parejas y personas. Unos padres que quieren que sigas su ejemplo y no tus sueños, la rebeldía del hijo, el enamoramiento y un embarazo no deseado. Todos estos indicios sugieren que es una película como cualquier otra, pero no.

Fausto se muda con Alexandra a la casa de su papá, quien le da trabajo en una compañía de la que es socio. “Yo Fausto” lleva una narrativa lenta que empieza a perder la atención del espectador, después de un inicio desconcertante. La pareja empieza a aburrirse, al final, ambos dejaron lo que amaban por el embarazo. Ella está harta de quedarse sola en la casa y a él le asfixia el traje que lleva todos los días al trabajo.

Cuando estaba perdiendo el interés por la película, la narrativa se torna mucho más interesante y desquiciante. La pareja va a visitar a Gilda, quien está recluida en un hospital psiquiátrico. Al inicio del filme supimos que se había intentado suicidar un par de ocasiones, pero no que tenía esquizofrenia.

Gilda le reclama a Fausto haber regresado, en lo que parece un grito de alerta sobre lo que va a suceder. Ella empieza a insultar a Alexandra por haberse embarazado y Fausto se altera y jalonea a su madre. A partir de aquí, el desarrollo de la trama es más vertiginoso y da la sensación de que en cualquier momento la bomba va a estallar.

El malestar de Fausto se acentúa y las alucinaciones no se hacen esperar. Poco a poco nos damos cuenta de que él heredó la esquizofrenia de su madre. Él intenta desahogar sus frustraciones en una noche de drogas y sexo, sin imaginar que esto desencadenará en un episodio psicótico que lo hace correr desnudo por las calles de la Ciudad de México.

Las cosas son claras, Fausto puede cometer una locura en cualquier instante y la música clásica acompaña perfectamente la narrativa. Bael, su padre, se da cuenta de la situación y habla con él, en compañía de un especialista, para que le hagan estudios sobre su estado mental.

Como en casi todos los casos, él se niega. Las enfermedades mentales son un tabú en la sociedad mexicana y en muchas otras. Fausto intenta hacer las cosas que antes le gustaban, como ir a nadar. Pero las alucinaciones y voces lo ahogan en el agua. Él grita sin parar y, de nuevo, la elección musical provoca mil sensaciones en el espectador.

Fausto va a dar al mismo hospital psiquiátrico que su madre y después de un tiempo logra salir para rehacer su vida con su familia. Sin embargo, como la mayoría de las películas, “Yo Fausto” no tiene un final feliz. En mi opinión, el primer filme de Julio Berthely es desquiciantemente bueno. Como ya lo comenté, tiene algunas flaquezas hasta el clímax, pero vale la pena. Quizá si Fausto no hubiera regresado a México las cosas serían diferentes, pero no lo sabemos. La certeza que tengo es que Christian Vázquez realizó una actuación para ponerse de pie. No en balde, se ha rumoreado una posible nominación a los Premios Óscar, por su trabajo.

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